Se alumbra con una tenue luz amarilla el centro del escenario. Se puede ver claramente a una joven dormida en el centro de éste rodeada de varios libros y varias hojas sueltas, algunas hasta en el suelo. Se apaga la luz.
Se alumbra la esquina inferior derecha del escenario. Se ven dos personajes. Lucio es un joven alto, de complexión media, tez blanca, cabello oscuro y unos penetrantes ojos azules; viste de un impecable traje blanco y se sienta elegantemente en una silla de madera. Sentado en el suelo está Juan Pablo, es un señor cuya edad oscila los cuarenta años; es igual de alto que el primer personaje pero a diferencia de éste el señor es de tez morena, cabello castaño y ojos miel. Juan Pablo viste de jeans de mezclilla y una camisa verde.
Lucio: ¿Crees que realmente esté dormida?
Juan Pablo: No lo dudo, lleva una semana muerta de cansancio. ¿Tienes cigarros? Ya me acabé los dos que le quedaban.
Lucio: (hace un gesto con la mano derecha, aparece un cigarro y se lo ofrece a su acompañante) Deberías dejarlo.
Juan Pablo: (subiendo el tono de voz) Y también debería dejar de visitar a las putas y de tomar chela, pero no quiero.
Se oye que se cae un libro. Se alumbra todo el escenario y se puede ver como la joven se despierta aturdida.
Joven: ¡Carajo! El ensayo.
Lucio: (reprochando) La despertaste.
Juan Pablo: Bueno, ya era hora, ¿no?
Joven: (asustada voltea a ver a su izquierda) ¿Quiénes son?
Lucio: Perdona nuestro ruido. Yo soy Lucio y mi compañero es Juan Pablo, no queríamos despertarte.
Joven: (Aún con desconfianza) Este... bueno... no se preocupen, ya tenía que seguir con mi tarea.
Juan Pablo: ¿Qué tarea?
Joven: Pues tengo quiero hacer un texto creativo enfocándome en el símbolo del vino en el Lazarillo de Tormes y en La vida del Buscón don Pablos.
Juan Pablo: Oh, chingaos, ¿qué no se cansan de siempre entonar la misma canción?
Joven: ¿La misma canción? (subiendo el tono de voz) ¿La misma canción! ¿Has tenido siquiera la decencia de leer ambos libros antes de reprocharme mi tema? ¿Qué acaso no es interesante la crítica a la sociedad que se plantea en ambos?
Lucio: (susurra) Ya la hiciste enojar, cabrón.
Juan Pablo: Ay, nena, he leído lo que tú no alcanzarás a leer en tu vida entera.
Joven: Entonces, ¿es que no ves la importancia del vino en la vida de Lázaro? ¿No te das cuenta de la repugnancia que siente Pablos por el alcoholismo de su tío? ¡Son dos pícaros con una opinión en común sobre la escala de la pirámide social, con diferentes razones para tener esa opinión, y a la vez cada uno tiene una percepción diferente de un elemento que nos persigue a todos en la vida cotidiana!
Juan Pablo hace una mueca de indiferencia y prende el cigarrillo.
Joven: Ah, ¿te importa un comino? (comienza a buscar entre sus libros) Permíteme, ahorita mismo te cito algunas frases del Lazarillo.
Juan Pablo: (la voltea a ver con hastío) No te canses, ahorita llega.
Joven: (aún buscando entre los libros) ¿Quién?
Entra un joven de mediana estatura y un poco flaco, trae una botella de vino en cada mano.
Lázaro: (se dirige a Juan Pablo y le habla en tono de reproche) Bueno, está bien que seas Dios, pero ¿realmente necesitas sacarme de mi vida cotidiana a cada rato?
Juan Pablo: Hoy te vas a divertir, Lázaro, hoy te vas a divertir.
Joven: (levantando la vista de un libro que tiene en las manos) Wow. (Asombrada) A mi no me chamaquean, si tú eres Dios (apuntando a Juan Pablo) y tú eres Lázaro (apuntando al recién llegado), entonces tu debes ser...
Lucio: (interrumpiéndola) El diablo, Lucifer, Lucio, el ángel caído, tu amigo de toda la vida o como prefieras llamarme.
Joven: Quien sabe que chingaos me fume antes de dormirme.
Lucio: (dirigiéndose a Juan Pablo) Te dije que no se la creería.
Joven: Pues no, claro que no. Sin embargo, ya que estamos aquí amenizando, si me traen a Pablos y cotorreamos un rato... Tal vez, sólo tal vez logre entender mejor el concepto del vino en ambas obras. Igual y hasta alcanzo el nueve con mi trabajo.
Lázaro: Espérame tantito, tú eres la de la dichosa carta, ¿no?
Joven: (sonriendo) ¿Te llegó? Que felicidad.
Lázaro: ¿Y ahora quieres platicar sobre el vino? (Le ofrece a la joven una de las botellas que tiene en la mano y se dirige a Lucio) Ya me cae bien.
Joven: (aceptando la botella y abriéndola) Si quiero hablar del vino es porque para mi no hay alcohol más delicioso y representativo.
Lucio: Interesante, entonces, cuéntanos... ¿Qué opinas del vino?
Joven: (se ríe) Opino muchas cosas, caballeros. Opino que en mi siglo, el veintiuno cabe aclarar, es un de los licores, a mi gusto, más suaves y deliciosos. Es el hermano bastardo de la champaña y el alcohol con el que se brinda en navidad.
Lázaro: (asombrado) ¿Es abundante?
Juan Pablo: Como no tienes una idea, mi joven Lazarillo.
Joven: Es abundante en los supermercados y en las tiendas de conveniencia. Si se fija bien uno en la carta de alcohol de los 'antros' puede encontrar un Merlot, de preferencia Toro o Casillero del Diablo. (Le da el primer y largo trago a la botella) Es el desinhibidor de personas y despertador de pasiones. Una copa es para entrar en ambiente, dos copas para brindar por los amigos, tres copas para ser feliz toda la noche y cuatro copas para despertar, al día siguiente, con la peor de las jaquecas. (Le da otro largo trago a la botella y se la ofrece a Lucio)
Lucio: Muchas gracias pero lo he dejado.
Joven: Pues que chafa eres.
Lázaro: ¿Chafa?
Joven: No chido.
Lázaro: ¿Chafa? ¿Chido?
Joven: (suspira) Chafa es... como no divertido y chido es... como divertido. Bueno, el punto aquí no es lo que yo opino sobre el vino en el siglo veintiuno, sino lo que pasaba con el vino en tu libro (señalando a Lázaro)...
Pablos: (entrando con mucho estilo e interrumpiendo a la joven) y en el mío.
Joven: ¿Pablos?
Pablos: Don Pablos, por favor.
Lucio: Bueno, niña, ¿qué te parece si empieza Lázaro contándonos sobre su vida y el vino? Ya luego puede decirnos Pablos, y a mi no me pidas que te llame don Pablos, la suya.
Joven: (sonriendo) Perfectísimo.
Juan Pablo: (arremedando a la joven) Perfectísimo.
Lázaro: Pues, ¿qué les puedo decir? Soy hijo del vino y me enorgullezco de ello. Mi madre siempre se movió en ambientes vinescos, si así le podemos decir. Yo nací carnalmente en un río, en el agua. Aunque creo que mi verdadero nacimiento fue cuando probé el vino del viejo ciego. Era la gloria poder tomar de ese elixir que se escurría de la jarra.
Joven: Hasta que te cayó encima. (Le da otro trago profundo a la botella que tiene en la mano y se la ofrece a Juan Pablo).
Juan Pablo: No, gracias. Prefiero la chela.
Joven: (Se acerca unos pasos a Juan Pablo y tambaleándose ligeramente quedan cara a cara) Pues claro que prefieres la chela, ¿a quién le va a gustar tomar su propia sangre? Y mira que soy católica, eh. Que si no lo fuera ya habría convocado a todos mis cuates ateos para que te cayeran.
Lázaro: (Interrumpiendo a la joven) Bueno, pero...
Joven: No me interrumpas, no ves que te quiero defender. ¿No te das cuenta que el primer verdadero golpe que te da el viejo es con esa jarra? ¿Acaso no te tiró un par de dientes? (Se voltea y comienza a caminar trastabillándose mientras grita) “Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos otros para el perdón de los pecados”, ¿qué no va así la consagración del vino? (Se vuelve a voltear hacia Juan Pablo y lo señala) Yo no veo que le hayas perdonado ningún pecado a Lázaro. Yo veo al supuesto Dios del antiguo testamento, a ese iracundo castigador. Lázaro ve hacia el cielo con devoción, buscando tu sangre. Abre las manos, esperando tu abrazo. Y tú (señala a Juan Pablo repetidas veces), tú le caes a madrazos y le tiras los dientes. Tú le permites soñar con la caballería, cuando lo único que puede ser es caballerango. Yo no encuentro en ningún lado esa supuesta alianza nueva y eterna, yo veo como a partir de ese golpe Lazarillo comienza a volverse Lázaro. Yo leo como Lázaro se rodea de tu sangre y termina perdiendo la cordura y la dignidad. Termina siendo el surtidor de tu sangre y perdiendo la honra y el honor. (Camina hacia el escritorio que está en el centro del escenario, tira los libros y los papeles al suelo. Se acuesta como puede encima del escritorio)
Juan Pablo: (visiblemente enojado) A mi no me vengan con falsas acusaciones. Si el hombre ha hecho de mi una industria, ese no es mi problema. Yo los intenté salvar.
Lucio: ¿Y tu ejemplo? ¿Juntarte con putas, beber chela y fumar tabaco?
Joven: Déjate de la chela, Lucio. Juan Pablo, en vida tomabas tu propia sangre, tu vino. Y lo del tabaco no me consta en vida, pero henos aquí y eres tú el que apesta a cigarro.
Juan Pablo: Yo di buen ejemplo en vida, ¿ahora también en la eternidad debo de privarme?
Joven: Pues si no privarte, tan siquiera asegúrate de que tus seguidores no usen el diezmo para hacer casas de oro y cristal o para arrastrar Ferraris. Deberías de cuidar que no se empinen a niños o pequen de gula. Tampoco está bien visto que anden de sotana floja, gastando las sandalias de claustro en claustro.
Juan Pablo: Para eso es el libre albedrío, para que cada quien haga lo que le venga en gana.
Joven: Eso es curarse en salud. Si realmente hubiera libre albedrío, ¿para qué castigar? Déjanos beber a nuestro gusto sin tener resaca y quince rosarios que rezar para acceder al Paraíso.
Juan Pablo: Y ¿cuál será el premio para aquellos que no lo hagan?
Joven: ¿Acaso debe de haber premio por aquellos no vivan su vida a gusto?
Juan Pablo: Todos los excesos son malos.
Joven: Que poco original me saliste, corazón. No tiene nada de malo soñar en exceso, ni esforzarse en exceso para conseguir lo que quieres. Así como tampoco debe de tener nada de malo el vino.
Lázaro: Apología al vino. ¿Por qué privarnos de algo tan natural? Las uvas crecen y se dan por montones en diferentes lugares del mundo y en diferentes tierras, si éstas fueran nuestras enemigas ya habríamos acabado con ellas. Es esta fruta hija de la madre tierra que nos provee de alimento y casa. Ningún derivado de estas bellas moneditas moradas puede ser vil o cruel, el mismo Dios consagra el vino y lo vuelve su sangre. Hemos de utilizar la sangre de Cristo en ocasiones especiales: para celebrar o para llorar. Y, ¿qué es la vida sino un escenario de risas y lágrimas? Dejen beber al alegre y tomar al jodido. Con el vino aprendió Lázaro y con el vino aprendemos todos. Los mismos Aristóteles, Sócrates y Platón despertaron la pasión de la sabiduría con este elixir, ¿por qué entonces no hemos de hacer lo mismo nosotros? Lázaro nació con un golpe de vino, padeció sequía de vino y logró su cometido vendiendo vino. ¿Qué hay de erróneo en soñar con realidades alternas mientras mi esposa se acuesta el Arcipreste? El vino ha sido mi vida y es la vida de otros más.
Joven: (Interrumpiendo) Y hasta en la actualidad es fuente de vida y de dinero, de buenos ratos y buena salud, de economía.
Pablos: (Interrumpiendo) Así como es razón de malos ratos y violaciones, de brujas y hechiceros, de pasiones desenfrenadas y matones a sueldo.
Joven: (Interrumpiendo a Pablos y subiendo la voz) Ay, Pablito... Que si a ti el vino no te gusta y te asquea la situación de tu pariente el verdugo. Dime, con confianza, que tu tío no se embriaga para tener valor de cortar cabezas “al ahí se va”. No que tú y sin vino, ni remordimiento matas.
Pablos: No seas ingenua, que sabes que no lo hace por eso. Y dime don Pablos, por favor.
Lucio: Ciertamente tu tío no toma para ahogar las penas o los remordimientos. Toma para relajarse y soñar con otra realidad. Tú perdiste los sueños cuando te diste cuenta de que para tu tranquilidad necesitabas prescindir de tu moral. Por más que finjas ser caballero, sabes que sólo es un teatro que en cualquier momento se te podría caer. El vino, Pablos, el vino te permite escapar de vez en cuando.
Todos callan momentáneamente. La joven se levanta de la mesa y se acerca a Lucio para decirle algo que nadie más oye o entiende. A los minutos entra un viejo canoso de prominente bigote y grandes ojos. El viejo tiene una pistola en la mano, la carga y mata a Juan Pablo.
Viejo: Soy el anticristo y busco a Dios. ¿Qué ha sido de Dios? Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin su sol, sin su orden, sin quién pueda conducirla... ¿Hemos vaciado el mar? Vagamos como a través de una nada infinita. Nos roza el soplo del vacío, la noche se hace más noche y más profunda, y se torna indispensable encender linternas en pleno día. Oigo a los sepultureros enterrando a Dios, agregando que tal vez tengamos que oler el desagradable tufo de la putrefacción divina, pues, naturalmente, los dioses también se pudren. Lo más sagrado y lo más profundo se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella? Los oídos humanos no están todavía preparados para escuchar tales verdades. Los hombres nada saben de ellos y son ellos los que han cometido el acto.
Se apagan las luces del escenario unos minutos. Se vuelve a encender la luz del centro y se encuentra la misma escena que en el principio. Dos minutos después se levanta la joven desorientada, se sube en la mesa.
Joven: (gritando) Dios ha muerto y yo lo he matado, bebiéndome en el transcurso toda su sangre.
Se vuelven a apagar las luces unos minutos. Se vuelve a encender la luz del centro y en vez del escritorio están Lázaro y Pablos jugando cartas.
Pablos: ¿Tienes cigarros? Ya me acabé los dos que me quedaban.
Lucio: (hace un gesto con la mano derecha, aparece un cigarro y se lo ofrece a su acompañante) Deberías dejarlo.
Pablos: (subiendo el tono de voz) Y también debería dejar de visitar a las putas y de tomar chela, pero no quiero.