Antes que nada, señor Hurtado de Mendoza, permítame reiterarle la admiración que siento por usted. Podría casi asegurar que en alguna vida pasada fuimos familia porque esos humores tan suyos y tan míos son inconfundibles (y a veces hasta tachados de impropios por los de la nariz respingada). He de decir que he leído su Loa a la zanahoria y he quedado profundamente impactada por la manera tan exquisita en la que usted alaba a la deliciosa verdura. La verdad es que nunca he sido muy amiga de las verduras; sin embargo, usted ha logrado que yo le adquiera un gusto especial a la zanahoria (ya que antes únicamente toleraba a la jícama y al pepino).
Me he tomado la libertad de escribir un par de líneas dedicadas a usted, recomendándole una fruta que yo encuentro de riquísimo sabor:
Permíteme dulce fruta
dedicarte estas estrofas,
alabar tus deleitosos
trozos, jugos y placeres.
Encontramos en tus formas
exquisitas curvaturas
y en tus dulces paredes
deliciosos haberes.
Se te encuentra en todos lados:
en mansiones y terrazas
o en la esquina de la cuadra.
Y varías en tamaños:
grandes, chicas y medianas.
Te ajustas a las medidas
de diversos paladares.
Dibujas en diferentes
Tonos y tonalidades.
Eres un manjar que se
dispone en cualquier mesa.
Ya sea de postre o colación
o acompañado de cerezas.
De azúcares y mieles
te veas acompañada,
aunque también sabes buena
cuando estás de yogurt bañada.
De diferentes maneras
puedes disfrutarla:
morderla o trocearla,
o sólo lamerla y chuparla.
Oh, fruta bendita
que a nadie estás prohibida.
Eres la comida
que a todos satisface.
Muchas veces la prefieren
verde, firme y algo agria.
La verdad es que no hay nada
como una dulce y madura papaya.
Bueno, señor Hurtado de Mendoza, espero que las líneas anteriores hayan sido de su agrado. Espero con ansias su próxima recomendación culinaria y de paso de mando un fuerte y cordial abrazo.
Su seguidora (o fan, como diríamos en mis tierras),
Ariadne.
Un saludo y no me maten.
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