08 octubre 2010

Las cosas que pasan en un billar.

Se ilumina la mitad izquierda del escenario. Se observa la parte trasera de un edificio de ladrillos amplio viejo y maltratado; hay una puerta de metal a la mitad de éste.
Salen entre risa y risa dos jóvenes de la puerta posterior de un edificio viejo y mal cuidado. Se abrazan, se dan unas palmadas en la espalda y cada quien parte hacia lugares opuestos en la gran manzana.
Se apagan todas las luces del escenario.
Se prenden tenuemente las luces de la mitad derecha del escenario. Se observa una mesa de billar rodeada de cinco mesas metálicas y viejas a juego con tres bancos de madera en cada una. En la mesa más cercana al público están los dos jóvenes de la escena anterior con un par de caballitos tirados en la mesa y en la mano su tercer cerveza a medio tomar.
Joven 1- Es que es demasiado pinche irónico si te das cuenta.
Joven 2- Cabrón, realmente no quiero hablar del trabajo. Le da un trago más a su cerveza.
Joven 1- Es que... sólo dime.... ¿cuáles son las putas probabilidades de que a mi me pase lo que a tu personaje y a ti lo que al mío? Digo, ¿cuándo chingaos iba yo a sospechar que mi novia era una caliente que se tiraba a cuanto pendejo se le pusiera en frente? Probablemente jamás me hubiera enterado de no ser porque se encontró con un escritor con ganaba dos pesos más que yo y le susurraba palabritas idiotas a la oreja mientras cogían... como si no la fuera a dejar cuando se canse de los mismos trucos de siempre.
El joven 2 lo voltea a ver con un gesto de indiferencia y le da dos palmadas en el hombro al joven 1 mientras se acaba su cerveza.
Joven 1- ¿Vas a querer otra?
Joven 2- Sí, me pondré la peda de la vida. Se voltea hacia la mesera del lugar que está viendo la novela de las 10pm en una televisión portátil sobre la barra. Disculpa, te molesto con otra chela, por favor.
Joven 1- Mientras yo ando mandando a todos a la chingada, a ti no te he visto la menor expresión en toda la tarde.
Joven 2- No jodas, ¿y qué esperas de mí? Cuando finalmente uno decide comprometerse con alguien, ya que a mis veintiocho eso de andar de piernas en piernas empieza a aburrir; cuando finalmente encuentro a una mujer cálida, trabajadora y que encima es buena cocinando... ¡madres! El destino toca a tu puerta el lunes a las once de la noche vestido de la suegra, que por cierto no soporto, para decirme que es mi culpa que su hija haya sido asaltada, violada y secuestrada cuando venía camino a la casa. Sam, a ti te dejaron, a mí me la quitaron. No chingues porque eso significa no poder hacer nada. Por si fuera poco trabajamos de actores mal pagados en una función a la que cuando mucho llegan cincuenta personas y no olvides que el teatro se está cayendo en pedazos. Estamos jodidos, somos dos pinches pastores jodidos. La mesera asienta la cerveza en la mesa. El joven 2 la toma y se la empina.
Joven 1- Pues sí, tal vez estamos jodidos.
Joven 2- Dejando la cerveza a un lado. ¿Tal vez? Dime, ¿qué hiciste para conseguir este trabajo?
Joven 1- Pues lo mismo que tú, audicioné contra otros tres pendejos y resulté ser un poquito mejor que ellos.
Joven 2- Ésta era mi última oportunidad. Llevaba un año desempleado y estaba cansado de vivir con mis papás. Por lo cual, cuando me enteré de esta obra decidí hacer una “investigación” primero sobre la obra original, su autor y mamadas por el estilo, ya sabes para estar un poco más preparado. ¿Sabes de qué me enteré? Creo que en la época de la Edad Media.
Joven 1- Interrumpiendo. ¿La Edad Media?
Joven 2- Algo estilo The Tudors.
Joven 1- Ahh, ya sé. ¿Qué pedo?
Joven 2- Bueno, pues en la Edad Media las personas trabajaban con diferentes señores y cada gran señor era dueño de unas tierras, a esto se le llamaban feudos. Y había este término: el amor cortés. Se trataba de que cualquier criado o caballero de un feudo tenía permiso de intentar cortejar a la dama de su señor cuando éste salía de las tierras rumbo a una batalla o algo por el estilo. Tenía que ser un cortejo discreto y persistente, en donde el caballero probara que era digno de la señora; ya sabes, hacían mil y un malabares y endulzaban el oído de la señora... todo con tal de recibir lo que ellos llamaban el “galardón”, o sea una buena cogida. Desde entonces, cabrón, desde entonces tanto el hombre como la mujer se movían por sexo. Yo creo que es por eso que en alrededor del amor hay tantos mitos y fantasías, porque sin ellas nos daríamos cuenta de que la mayor parte de nuestra vida la centramos alrededor del sexo. En la primaria y secundaria nos manejamos con albures. Y nada más las hormonas comienzan a alborotarse y también vamos los hombres por la vida “enmielando” orejas, así como van las mujeres por la vida seduciendo con un escote, un movimiento y un guiño. Y así nos vamos de chichis, en nalgas, en piernas... disfrutando de diferentes mieles, saboreando varios néctares. Y cuando finalmente intentas sentar cabeza que sea cariñosa, linda y honesta... y claro, lo de coger bien se sobreentiende, ¿no? No me quejo, sólo creo que debería de haber más cultura del respeto y un poquito más de pudor. No se trata de llenar libretas contando las quinientas sesenta y ocho aventuras que llevas hasta el momento. Se trata de que cuando tengas sexo lo hagas con alguien que te importa y no namás pa bajarte la calentura. Al fin y al cabo creo firmemente que se trata de que dos mitades se unan, se encuentren y se complementen en un acto de amor que conlleva dos cuerpos y, claro, no hay que negar que también un chingo de placer de por medio. Por ahí he oído una frase inteligente: el sexo sin amor es deporte. Eso creo yo, más no te equivoques, igual y sólo son mis debrayes de despechado porque se ha muerto la persona que planeaba volver la mujer de mi vida.
Se apagan las luces y se cierra el telón.

Me encantan las frutas.

A mi admiradísimo Diego Hurtado de Mendoza:

Antes que nada, señor Hurtado de Mendoza, permítame reiterarle la admiración que siento por usted. Podría casi asegurar que en alguna vida pasada fuimos familia porque esos humores tan suyos y tan míos son inconfundibles (y a veces hasta tachados de impropios por los de la nariz respingada). He de decir que he leído su Loa a la zanahoria y he quedado profundamente impactada por la manera tan exquisita en la que usted alaba a la deliciosa verdura. La verdad es que nunca he sido muy amiga de las verduras; sin embargo, usted ha logrado que yo le adquiera un gusto especial a la zanahoria (ya que antes únicamente toleraba a la jícama y al pepino).
Me he tomado la libertad de escribir un par de líneas dedicadas a usted, recomendándole una fruta que yo encuentro de riquísimo sabor:

Permíteme dulce fruta
dedicarte estas estrofas,
alabar tus deleitosos
trozos, jugos y placeres.

Encontramos en tus formas
exquisitas curvaturas
y en tus dulces paredes
deliciosos haberes.

Se te encuentra en todos lados:
en mansiones y terrazas
o en la esquina de la cuadra.

Y varías en tamaños:
grandes, chicas y medianas.
Te ajustas a las medidas
de diversos paladares.
Dibujas en diferentes
Tonos y tonalidades.

Eres un manjar que se
dispone en cualquier mesa.
Ya sea de postre o colación
o acompañado de cerezas.

De azúcares y mieles
te veas acompañada,
aunque también sabes buena
cuando estás de yogurt bañada.

De diferentes maneras
puedes disfrutarla:
morderla o trocearla,
o sólo lamerla y chuparla.

Oh, fruta bendita
que a nadie estás prohibida.
Eres la comida
que a todos satisface.

Muchas veces la prefieren
verde, firme y algo agria.
La verdad es que no hay nada
como una dulce y madura papaya.

Bueno, señor Hurtado de Mendoza, espero que las líneas anteriores hayan sido de su agrado. Espero con ansias su próxima recomendación culinaria y de paso de mando un fuerte y cordial abrazo.

Su seguidora (o fan, como diríamos en mis tierras),
Ariadne.




Un saludo y no me maten.